Una de las capacidades que he desarrollado que me permite día a día seguir trabajando es la tolerancia al fracaso. Sería muy bonito acertar con todo lo que hacemos pero, por suerte, no es así. El fracaso es una parte muy importante del aprendizaje.
Podemos tomar dos actitudes ante un proyecto. La primera sería la siguiente. Tengo una idea, la desarrollo, no me sale bien, abandono. En la segunda sustituimos el abandono por "lo vuelvo a intentar". La cosa quedaría así. Tengo una idea, la desarrollo, no me sale bien, lo vuelvo a intentar, no me sale bien, lo vuelvo a intentar, no me sale bien, lo vuelvo a intentar.
De este modo nuestro éxito, en gran parte, va a depender de las veces que lo intentemos y no de lo inteligente que seamos o de la suerte que tengamos.
Recuerdo la primera campaña publicitaria que preparé cuando abrí el primer negocio. Después de una inversión de más de mil euros, diez mil folletos repartidos y horas y horas de trabajo el resultado fue una captación de siete clientes. Siete de diez mil es un poco penoso.
Cuando fracasamos en algo se genera en nuestro interior una emoción que nos nubla la vista, que no nos deja pensar con claridad. Si conseguimos gestionar bien estas emociones podremos evitar que nos limite y ponernos manos a la obra. ¿Qué quería conseguir con esto? ¿En qué he fallado? ¿Qué se puede mejorar?
Un problema mayor a fracasar y no tolerarlo es no llegar nunca a intentarlo. Si tenemos un proyecto, bien sea profesional o personal, y creemos que merece la pena intentarlo trata de aislar el miedo a que no salga bien e inténtalo.
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